DE LOS RECUERDOS DE MARIE STEJSKALOVÁ, AMA DE CASA DE LOS JANÁČEK
Apartamento en la plaza Klášterní (hoy Mendlovo)...
El apartamento era hermoso y enorme: el señor lo encontró él solo cuando le dejó de gustar el que habitaban hasta la fecha en el primer piso del núm. 46 de la calle Měšťanská, donde vivían desde su boda. Es sabido que ni este en la plaza Klášterní tenía las actuales modernas comodidades y equipamiento. Allí no había cuarto de baño, ciertamente para todo el gran edificio no hubo mucho tiempo ni lavandería. En cada planta, solo una cañería de agua en el pasillo, común para todos los arrendatarios, y así mismo el retrete. De esa única cañería portaba toda el agua para cocinar, para la limpieza, el lavado y el baño en la cocina, y la sucia la sacaba en baldes de nuevo afuera. La despensa también la teníamos en el corredor, junto a la puerta de entrada al apartamento. Allí se encontraba incluso una bañera para bañarse. Al recibidor entraba la luz únicamente a través de la puerta acristalada de la habitación de la señorita, pero no daba la impresión de oscuro, pues todas las puertas estaban pintadas de blanco.
La habitación de la señorita, y también la cocina de enfrente de la misma, estaban separadas de los demás espacios; al lado de la puerta de la habitación de Oluška estaba la puerta que daba al comedor. Desde ésta se accedía al estudio del señor, y detrás del mismo estaba el salón. Mientras Oluška era todavía pequeña, en su habitación había un dormitorio y el piano se encontraba en el comedor. El señor componía al piano solo de día, de noche trabajaba usando la mesita de noche en el dormitorio. Pero cuando más adelante componía durante toda la noche, fue más cómodo para todos que estuviese solo y no molestase a nadie. Por eso trasladaron los muebles: en el estudio metieron la cama, el escritorio, el piano, la biblioteca, la mesita de noche y el atril. Allí se caldeaba, como en todo el apartamento, con piedras de azulejos. La pintura tenía siempre algún estampado nacional. La ventana daba a la plaza Klášterní.
Buena comida...
Nuestro señor tenía predilección por la buena comida. No almorzaba, no merendaba, pero a mediodía y por la tarde-noche comía mucho y de buena gana. Sabía apreciar la cocina, y también encontrarle defectos.
Le gustaba la carne. Nosotras tres respetábamos estrictamente los ayunos, sobre todo los viernes, pero el señor no. Quería carne, y solía decir que ya había ayunado bastante en la fundación monástica. Solíamos tomar casi a diario sopa de carne de vaca, luego guisado de lo mismo. Lo que más le gustaba a la seňora y a Oluška para acompañar la comida era la verdura, al señor las salsas -particularmente la de carpa y la de cebollino de primavera, de la que comía siempre una buena cazuelita.
Asqueaba las espinacas, en cambio se dejaba deleitar por la carne de caza, en particular por la de gamo.
De entre los platos de dulce, con lo que más le agasajábamos era con pasteles y strudel de requesón, o con crepes cortados como fideos, mezclados con nueces con azúcar y cocidos después al horno en forma de tarta. Llamábamos a eso "tarta de nueces".
Se enorgullecía de nuestros buñuelos. Si quería agasajar mucho a alguien, mandaba preparar bastantes buñuelos.
Lo que más le gustaba de todo al señor eran los dulces de escaramujo. A todos nuestros invitados se los recomendó, y él mismo les copió la receta.
En Navidad...
Mientras vivió Oluška, en nuestra casa se sucedieron buenas fiestas. Ni ella ni el señor tenían clases, y es por ello que estaban más en casa. El señor componía, pero lo dejaba por momentos y venía a la cocina para estar entre nosotras. Miraba lo que teníamos en los fogones, probaba, cortaba una cebolla, troceaba perejil. Le encantaba comer ancas de rana con salsa de perejil. En Navidad supervisaba si en la sopa de pescado había huevas, y si resultaba que la carpa no las tenía, todavía debíamos comprar huevas por separado para el señor. Probaba si la salsa de pescado negro tenía un sabor bastante picante, observaba cómo hacíamos la ensalada italiana para la carpa frita, examinaba cómo había quedado la carpa en gelatina.
Por el señor hacíamos strudel de requesón, no de manzana, tal y como Dios manda en Nochebuena.
Cigarrillos y alcohol...
A la bebida, nuestro señor no le daba mucha importancia, ni tampoco al hecho de fumar: cerveza y vino bebía poco, y fumaba sólo ocasionalmente. Reprochaba a sus amigos artistas si no sabían contenerse, y en cuanto descubría que eran bebedores, se distanciaba y acababa la amistad.
Después de la cena, en nuestra casa se bebía siempre mucha cerveza. En la fábrica de cerveza de la Ciudad Vieja de Brno, los nuestros compraron un barril entero y la señora lo embotelló. Los barriles vacíos los dejábamos en el suelo, y si había varios, de la cervecera se los llevaban.
La casita en la calle Smetana...
A la casita se entraba subiendo por las escaleras a un porche acristalado desde el que a la derecha una puerta conducía al recibidor, a la izquierda a la cocina, en el centro había una ventana que daba al dormitorio, detrás de la cocina un cuarto de baño y mi cuartito, pero pronto descubrimos que había humedad en el mismo, por lo que allí colocamos las alacenas y yo empecé a dormir de nuevo en la cocina como en el antiguo apartamento; la cocina era caliente y seca a pesar de que el pavimiento era de empedrado. La cama estaba cubierta durante el día por un tablero de madera, así que se convertía en una enorme mesa de trabajo; al lado había un aparador, en el rincón de la otra parte un fogón de azulejos azul. Sobre él se encontraba una estufita de petróleo para cocinados rápidos. El señor no mandó instalar gas en la casita, aunque en la escuela había por todas partes iluminación de gas. Más tarde, ya durante la República, tuvimos un "miláček" (cariño) en lugar de la cocinilla de petróleo.
Junto al fogón estaba la puerta al dormitorio, después la despensa de la cocina, y cerca de la puerta acristalada que daba al porche había una mesa de cocina. La cocina presentaba un aspecto alegre y acogedor, ya que por todos lados teníamos cubiertas ornamentales blancas y cintas con bordados populares rojos y azules.
Frente a la puerta que daba a la cocina, en el dormitorio estaba la puerta que conducía al estudio del señor. En el centro se encontraba el piano. Entre las dos ventanas que daban a la calle Giskrova (hoy Kounicova), un baúl popular policromado. [...] El señor depositaba allí sus manuscritos, y la señora metía allí incluso aquello que él arrojaba a la papelera si con ello no estaba satisfecho o reescribía algo. Pensaba que lo quemábamos, pero la señora lo recogía con cuidado y así salvó muchas cosas de las que el señor ya ni se acordaba.
En el rincón junto a la puerta que conducía al dormitorio se encontraba la cama del señor, sobre ella estaba colgada una gran fotografía de Oluška de Klíč; el señor lo quería tener así, tal y como estaba acostumbrado del antiguo apartamento. Cuando después, un par de años más tarde, mandó trasladar su cama arriba al gabinete junto a su despacho en la escuela de órgano, pusimos en ese lugar una pequeña mesita con un sillón, pero la fotografía de Oluška permaneció en el estudio.
En el rincón vecino entre las puertas del salón y el dormitorio había una estufa, junto a ella un atril. Al otro lado de la puerta que conducía al salón, en el rincón se encontraba un escritorio, sobre él utensilios de escritura, y en pesados portafotos metálicos, fotografías de Antonín Dvořák y Oluška; en la pared sobre ellas, nuestros retratos nupciales hechos por Šichan. La señora se reía de que nunca en la vida había tenido tales vestidos azules como se los pintó Šichan.
Las sillas en el estudio del señor estaban tapizadas, forradas con tela floreada, y en el respaldo tenían esculpida una lira. La señora las sumó al equipamiento. Todo el mueblaje del estudio era de su ajuar; cuando tuvimos que mudarnos a la casita, los nuestros se dejaron construir únicamente la biblioteca.
La habitación de mirador junto al estudio sirvió como salón y comedor para invitados. En casa, los nuestros comían en invierno en la mesita situada en el dormitorio, en verano en el porche, yo en la cocina. En el salón, todo el mundo se fijaba en primer lugar en el mirador circular; sus altas ventanas estrechas llevaban a la calle Haberlerova (a la actual calle Smetana). Aquí, junto a la puerta que daba al recibidor, llenaba todo el rincón del salón una vitrina con porcelana familiar, cristal y plata de nuestra señora. En la parte opuesta del salón, dos ventanas que daban a la calle Giskrova.
En el rincón entre las ventanas y la puerta que conducían al estudio se encontraba un sofá verde afelpado, en el centro del salón una mesa ovalada con cuatro butacas verdes afelpadas.
Adelantos de la técnica...
En invierno o cuando no hacía buen tiempo, los nuestros se sentaban en el dormitorio. El señor leía, y nosotras con la señora hacíamos algún trabajo manual, o ella sola hacía un solitario. Nos encontrábamos como aislados del mundo. No teníamos teléfono, el señor no quería ni oír hablar de él; los gramófonos -que entonces por lo común siseaban y vociferaban- le ponían furioso; y cuando en los últimos años de su vida empezó la radio, ni con eso nos era permitido a él aproximarse.
Limpieza de primavera...
Tan gran limpieza nos costó ahora seis domingos enteros, y eso que la señora estuvo limpiando continuamente conmigo. El señor solo nos ayudó con alguna pieza de mobiliario más pesada pero, al fin y al cabo, fue mejor para él y también para nosotras el que durante la "limpieza de primavera" estuviera fuera. No le gustaba la limpieza, se enfadaba si no estaba todo en su sitio.
Jenůfa...
Durante nueve años escribió Jenůfa -entretanto escribió también otras cosas-, y mucho cambió transcurrido ese tiempo. Oluška se convirtió en señorita, empezó a buscarse su sitio en el mundo, después vino la enfermedad, la muerte -y todo se quebró incluso en Jenůfa. Cuanto más mal estaba Oluška, más se aferraba a la nueva ópera de su papá. Y él, siendo ya tan sensible, introdujo el dolor de Oluška en su trabajo, el sufrimiento de su hija en la congoja de la joven Jenůfa. Y el duro amor de Kostelnička -eso es él, en ello hay mucho de su carácter.
Cuando Oluška se contagió por segunda vez de tifus en Rusia y la señora estaba allí con ella, el señor vino una vez a la cocina donde yo estaba:
"Mari, ¿sabe usted el Salve Regina? El Ave María lo sé, pero el otro lo he olvidado."
Me fui a por el librito de oraciones, busqué el Salve Regina, el señor se llevó el librito al estudio, y al instante escuché el inicio de la canción que ahora anda por todo el mundo. La gente llora al escucharla. Creo que por eso, porque el corazón del señor también lloró y sangró cuando escribió el Salve Regina.
Čipera...
La señora añoraba mucho a su papá. De tal modo que me alegré cuando nuestro conocido jardinero nos ofreció poco después un pequeño cachorro, un perro ratonero, el cual nos llevó a ambas a distraerse y alegrarse. Era una perrita de pelaje corto, de color marrón claro, tenía una pequeña cabecita sagaz, y cuando creció un poco, era delgada como una corza. Incluso el señor se enamoró de ella enseguida; la bautizó como Čipera, pero normalmente la llamábamos Čipina. A ambos señores les gustaba hacerle caricias.
El señor la solía alimentar con un panecillo remojado con leche y, de todo lo que comía, le seleccionaba los mejores trocitos. Como cachorro fue mordedora, y a menudo le intentaba morder la mano. Él sólo se reía:
-¡Tú, sabandija! -Y le daba de comer más. Con el señor desayunaba, lo acompañaba a la escuela, iba corriendo enfrente cuando volvía; le devolvía los palitos si se los tiraba; se tumbaba junto a él cuando componía. Al principio no podía aguantar el piano, gimoteaba y aullaba, después se acostumbró.
Pedagogo atento...
Para los alumnos de la escuela de órgano, el señor hubiera hecho cualquier cosa: les conseguía entradas gratuitas para los conciertos y para el teatro, si era necesario les proporcionaba trajes, zapatos, dinero y partituras. Me contó el organista local Burejsa que, cuando solía ir a la escuela de órgano a inicios de la guerra, llevaba puesto un simple abriguito incluso cuando hacía un frío que pelaba. El señor se lo encontró y le preguntó por qué no se vestía con un abrigo de invierno. Y cuando se enteró de que Burejsa no tenía ninguno, se lo llevó a casa y le dió uno suyo más viejo. El chaval era enjuto, el abrigo de invierno colgaba de él como de un perchero, pero el señor le echó una ojeada experta, se lo arregló un poco, dijo "está bien" y el alumno andó con el abrigo de invierno de Janáček todavía varios años.
¡Atención! Ahí va el señor director...
Cuando el señor empezó a quedarse a dormir en la escuela (de órgano) en tiempos de la guerra mundial, venía a la casita a desayunar a las siete, se lavaba, se cambiaba y después se marchaba de nuevo a la escuela. Cuando hacía más frío, solía llevar puesto sobre los hombros y a modo de capa un sobretodo invertido de color marrón claro al que llamábamos "běháček" (esprínter), en la cabeza un gorro con visera, en la mano un gran manojo de llaves de toda la escuela de órgano y de la casita. Conforme andaba, las llaves tintineaban, y así cualquiera se enteraba inmediatamente de que venía el director, y ya según eso se organizaban.
Un aula se hallaba entre los suelos nuestro y de la escuela, los alumnos podían hacer disturbios como les venía en gana, y nadie los oía. Para cerciorarse de que nadie los sorprendía, alguien siempre estaba de pie como guardia en el recibidor junto a la escalera de caracol. Oía todo lo que ocurría en las escaleras; está claro, lo que le preocupaba era sobre todo el tintineo de las llaves del señor. Si las oía, entraba corriendo al aula y gritaba: "¡Que viene el viejo!". Y en ese momento, silencio en la clase.
Marie (Mářa) Stejskalová (1873-1968) fue ama de casa de los Janáček desde el año 1894. Sirvió allí hasta el final de la vida del compositor (1928), y después permaneció con Zdenka Janáčková hasta su muerte en 1938.
Marie (Mářa) Stejskalová (1873-1968) fue ama de casa de los Janáček desde el año 1894. Sirvió allí hasta el final de la vida del compositor (1928), y después permaneció con Zdenka Janáčková hasta su muerte en 1938.
Citado del libro "U Janáčků" ("En casa de los Janáček"), escrito por la periodista y escritora Marie Trkanová (1893-1974) de acuerdo con los relatos de Marie Stejskalová. Publicado por la editorial Panton (Praga, 1959).